¿Qué se entiende por «agorafobia»?

Alexandra tiene 20 años y vive en Vorau, un pequeño municipio situado a 30 kilómetros de Viena, ciudad a la que ha estado acudiendo diariamente desde hace dos años para estudiar diseño gráfico.

Hace algunas semanas obtuvo el carnet de conducir y lo quiso celebrar yendo a cenar a Viena con dos amigas. Durante el viaje condujo tranquila. Al llegar aparcaron y pasearon hasta el restaurante. Pero al entrar en él sufrió un fuerte mareo. «Mi único pensamiento giraba alrededor de tener que volver conduciendo hasta Vorau. Empecé a temblar y temía desmayarme. Mi corazón latía tan rápido que creía que iba a estallar. Me faltaba la respiración y ardía de calor.» Pidió a sus amigas que la acompañaran a la calle y se sentó en las escaleras de la entrada. «Nunca me había ocurrido nada igual y no entendía qué me estaba sucediendo. Poco a poco fui tranquilizándome y respirando mejor, pero sentía una necesidad imperiosa de regresar a casa.» Volvieron sin cenar, y condujo una de sus amigas.

Al llegar a Vorau se sintió recuperada del todo y no quiso dar más importancia a lo sucedido. Pero el lunes, al subir al vagón del tren para ir a Viena como hacía todas las mañanas, sufrió un nuevo mareo. «Iba a bajarme pero cerraron las puertas y el tren arrancó. Las piernas me temblaban y decidí sentarme en el suelo. Intentaba concentrarme en la porción de cielo que veía a través de las ventanas, calculando los segundos que faltaban hasta la siguiente estación. Al llegar, me levanté y como pude salté del vagón. Me recosté en un banco y un guarda vino a preguntarme qué me ocurría. Después llamó a una ambulancia. En el hospital me informaron que se trataba de una crisis de angustia. Mis padres vinieron a buscarme y al llegar a casa me eché en la cama porque era incapaz de hacer otra cosa. Me quedé dormida y después de varias horas me desperté, sintiéndome extraña conmigo misma, desanimada y sin ganas de hacer nada. Al día siguiente no tenía fuerzas para ir a clase. Y al otro, tampoco. Cada vez me veo menos capaz de viajar hasta Viena o alejarme de Vorau. Supongo que acabaré perdiendo el curso.

 

Etimológicamente, la palabra «agorafobia» significa miedo a los espacios abiertos,1 pero en su sentido técnico también hace referencia al temor a los lugares pequeños o cerrados, y al miedo a hallarse en medio de una multitud. Se denomina «agorafobia», por ejemplo, el temor a pasear por una avenida, viajar en transporte, adentrarse en un centro comercial, una sala de cine, un estadio, permanecer en un espacio pequeño del que puede resultar complicado salir, una sala repleta de asistentes, etc. Es decir, «agorafobia» es el miedo que generan las características físicas de un determinado lugar. En la agorafobia, el espacio físico se convierte en una seria amenaza y el hecho de adentrarse en él predispone a sufrir una crisis de angustia, es decir, una reacción descontrolada de angustia que protagonizan los pensamientos y el sistema fisiológico.

La historia de Alexandra muestra qué siente una persona que empieza a sufrir agorafobia. En ella todo empezó de repente, tras una crisis de angustia. Desde entonces no puede alejarse de Vorau. Si lo hace, se arriesga a padecer una nueva crisis.

En los siguientes capítulos analizaremos tres situaciones a partir de las cuales la agorafobia suele desencadenarse: a) la experiencia traumática, b) la crisis de angustia (como es el caso de Alexandra), o c) la irrupción en la edad adulta de miedos propios de la infancia y la adolescencia que no se resolvieron en aquel momento evolutivo. En cualquiera de estas situaciones la agorafobia se puede definir como el miedo a sufrir una crisis de angustia en un lugar determinado. Y para prevenirlo, dicho lugar se evita, como hace Alexandra.

La crisis de angustia, también llamada «ataque de angustia», «de ansiedad» o «de pánico», es una reacción descontrolada de angustia. La persona que experimenta la crisis, siente que su corazón se acelera y una fuerte presión en la zona pectoral, le cuesta respirar, el calor invade su cuerpo, se ahoga, sus músculos se contraen…, acompañado todo ello de pensamientos catastróficos.2 Esta reacción suele interpretarse por quien la padece como signo de una enfermedad orgánica fulminante, lo cual incrementa aún más la angustia, que a su vez acelera dichos cambios metabólicos.

En definitiva, se trata de una espiral que crece en intensidad hasta que la angustia se desborda, que es lo que se entiende como una crisis. La crisis de angustia es una sensación horrorosa y traumatizante. Quien ha padecido una crisis de angustia vivirá con el temor de que vuelva a sucederle y, por ello, evitará frecuentar los lugares en los que cree que corre ese riesgo. La crisis de angustia también puede manifestarse más levemente, en forma de mareos o vértigo.

Las causas de la crisis de angustia obedecen a un entramado psicológico que, como más adelante mostraremos, a menudo resulta difícil de reconocer. Tal dificultad crea incertidumbre y desconfianza en uno mismo, es decir, una sensación personal de debilidad que predispone a seguir sufriéndola. Se trata, efectivamente, de un círculo del que solo se puede escapar cuando se descubre y se pone una solución a los motivos encubiertos que determinan la crisis de angustia.

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  1. Se entiende por «fobia» tener miedo a algo determinado. Entre los distintos tipos de fobias se encuentra la agorafobia. El término «agorafobia» fue acuñado en 1872 por el médico alemán Carl Westphal, quien escribía: «Desde hace años vienen a verme pacientes con la queja singular de que no les era posible atravesar plazas, ir al teatro al aire libre y pasear por ciertas calles, y que el temor a estos recorridos les impedía su libertad de movimientos». En Serge Vallon, El espacio y la fobia, Ediciones del Serbal, Barcelona 1988, pág. 26.
  2. Freud, S., «Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de “neurosis de angustia”», Obras Completas, III, Amorrortu Editores, Buenos Aires 1988, págs. 92-99.

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

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