La experiencia traumática

Se denominan «recuerdos traumáticos» aquellos que rememoran una «experiencia traumática» vivida. Dicha «experiencia traumática» es la vivencia de un suceso impactante, generalmente referido a la muerte o a una pérdida dolorosa. Tal vivencia acontece de forma inesperada y deja como secuela un «trauma psíquico», es decir, una alteración cognitiva y afectiva de diferente magnitud que puede manifestarse durante mucho tiempo y que deteriora las capacidades intelectuales y emocionales del individuo. 1

 

Silvia tiene 38 años y vive con su pareja en una urbanización apartada de un núcleo de población. Una noche él tuvo que acudir a una cena de trabajo y Silvia se quedó sola en casa. Mientras conversaba con él mediante mensajes de texto recostada en el sofá del comedor y con la luz apagada, a través de las cortinas observó la luz de una linterna que, desde el jardín, intentaba iluminar el interior de la sala donde ella se encontraba. Miró hacia allí y vio la silueta de un individuo con ropa oscura que se aproximaba a la puerta de entrada. Silvia se quedó inmóvil, sin saber qué hacer, y de repente le sobrevino el recuerdo del cadáver de un vecino que una semana antes habían encontrado en una finca de esa misma urbanización, sin que nadie supiera cómo había muerto. Silvia pudo controlar el pánico y escribió un mensaje de socorro a su pareja. En pocos segundos un coche patrulla llegó a la puerta del jardín haciendo brillar y sonar la sirena. El extraño ya estaba manipulando la cerradura para entrar en la casa y, al darse cuenta de la presencia de la policía quiso huir corriendo. Pero en la oscuridad no vio un cable que había tendido en el suelo, tropezó con él y se golpeó la cabeza al caer.

Los agentes llamaron al timbre y Silvia corrió para abrirles la puerta del jardín. Entraron y oyeron que, desde el interior, alguien gritaba el nombre de ella. Fueron hacia el lugar de donde partía la voz y hallaron a un hombre tendido en el suelo y con la cabeza ensangrentada. Se trataba de un conocido de Silvia, un vecino de la urbanización, que había pretendido entrar a robar creyendo que no había nadie.

Desde aquella noche Silvia tiene miedo de quedarse sola en casa y le cuesta conciliar el sueño. Le resulta difícil concentrarse en su trabajo y siente irritación ante cualquier cosa.

 

Recapitulemos: Silvia estaba recostada en el sofá del comedor, era de noche y no había nadie más en la casa. Oyó un ruido en el jardín, miró a través de las cortinas y vio la silueta de un hombre que pretendía entrar en la vivienda. A esta vivencia se la denomina «experiencia traumática». En aquel momento Silvia no sabía qué iba a ocurrir pero en esas circunstancias es fácil imaginar lo peor: podían atacarla, hacerle daño o incluso matarla. Tal vez, lo mismo que le ocurrió a aquel vecino que murió de forma misteriosa.

Una experiencia traumática es una vivencia impactante, pero su efecto paralizante a menudo no se deja sentir en el momento en que ocurre, sino posteriormente. Esto lo podemos comprobar en la historia de Silvia, quien pudo pedir socorro mediante un mensaje de texto a su pareja, al ver la silueta del hombre que pretendía entrar en su vivienda. Esta serenidad con la que suele afrontarse una experiencia traumática la describe también Gabriel García Márquez en Relato de un náufrago.2 Mientras regresaban en buque al puerto colombiano de Cartagena, Luis Alejandro Velasco y siete marineros más, fueron arrojados al mar por una ola. Tiempo después, y una vez a salvo, Luis Alejandro Velasco narra lo siguiente:

 

«Me di cuenta de que no estaba solo en el mar. Allí, a pocos metros de distancia, mis compañeros se gritaban unos a otros, manteniéndose a flote. Rápidamente comencé a pensar. No podía nadar hacia ningún lado. Sabía que estábamos a casi doscientas millas de Cartagena, pero tenía confundido el sentido de la orientación. Sin embargo, todavía no sentía miedo. Por un momento pensé que podría estar aferrado a la caja indefinidamente, hasta cuando vinieran en nuestro auxilio. Me tranquilizaba saber que, alrededor de mí, otros marineros se encontraban en iguales circunstancias. Entonces fue cuando vi la balsa.»

 

El efecto paralizante de una experiencia traumática generalmente se sufre, no en ese instante, sino cuando posteriormente se rememora. Entonces, los recuerdos se apoderan del pensamiento y continuamente hacen revivir el suceso traumático, dificultando que la atención y la concentración puedan atender otros intereses, como le ocurre a Silvia, a quien ahora le cuesta conciliar el sueño y todo le irrita.

Una experiencia resulta traumática cuando su impacto es difícil de soportar y como consecuencia aparecen secuelas. Comúnmente decimos que hay circunstancias vitales que dejan «marca», que «nos dejaron marcados», que «supuso un antes y un después en nuestra vida»,  «que trajeron consecuencias», etc. En el caso de Silvia, desde aquella noche que vio que un extraño quería entrar en su casa le cuesta dormir y todo le irrita.

Denominamos «traumática» a aquella experiencia que dejó marcas. No obstante, ninguna experiencia es traumática por sí misma. El hecho de que una experiencia se convierta en traumática depende de la capacidad de hacerle frente. Ahora bien, es cierto que resulta muy difícil evitar que determinadas experiencias se conviertan en traumáticas, puesto que es propio del ser humano sucumbir ante ellas.

La experiencia traumática puede acontecer de forma instantánea, como por ejemplo, ser víctima de un atraco callejero, o suceder de forma continuada durante un período largo de tiempo, como vivir la enfermedad terminal de un familiar. Por regla general, todos los procesos de duelo y pérdida son traumáticos por sí mismos.

En función de la violencia con la que impacte la experiencia traumática, sus secuelas serán más o menos intensas. A su vez, la violencia del impacto dependerá de lo más o menos prevenida que esté la persona (por ejemplo, haber sospechado que se trataba de un diagnóstico médico grave), y de la magnitud de la pérdida que conlleva (por ejemplo, si un accidente de circulación ha dejado o no secuelas físicas…).


  1. Freud, S., «Más allá del principio del placer», Obras Completas, XVIII, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988, págs. 12-14 y 29-33.
  2. García Márquez, Gabriel, Relato de un náufrago, Debolsillo, Barcelona, 2015, pág. 44.

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

http://agorafobia.paumartinez.cat 

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