La crisis de angustia obedece a una causa psicológica

En un principio, por mucho que uno o varios profesionales insistan en que se trata de una crisis de angustia y que obedece a una causa psicológica, cuesta que la persona que la ha sufrido lo reconozca, tal como hemos podido comprobar en la historia relatada por Anna anteriormente. Cada vez que la crisis se repite, aunque se esté bien informado de que se debe a una causa de tipo psicológica, surge de nuevo el miedo a que se trate de un ataque cardíaco y que convenga acudir urgentemente al hospital. En el hospital, las palabras tranquilizadoras del personal médico tras la exploración y confirmación del diagnóstico de crisis de angustia le devuelven la tranquilidad y espantan el temor a morir. Pero ese efecto ansiolítico tiene una corta fecha de caducidad y a las pocas horas, días o semanas aparecen nuevas dudas acerca de si se hicieron todas las pruebas médicas necesarias y si se le diagnosticó correctamente, motivo por el que de nuevo se pone en marcha el mecanismo autosugestivo que hemos denominado «escalada del miedo». Cuando esta espiral se ha repetido varias veces, finalmente la persona consigue aceptar que las sensaciones somáticas de la crisis de angustia tienen un origen psicológico y que, por tanto, no ha de temer por la propia vida.

No obstante, durante los instantes en que sufre la crisis, pierde la sensación de control y la estabilidad motriz, y se ve obligado a abandonar de forma imperiosa todo cuanto estaba haciendo. Es decir, asumir que no es un problema orgánico alivia el miedo a morir pero, al mismo tiempo, aparece otro temor en su lugar: a desmayarse, perder la razón, no poderse valer por sí mismo… Por este motivo, ante el temor de que pueda volver a producirse una nueva crisis, la persona querrá ir siempre acompañada de alguien de confianza que le pueda ayudar.

Como ya se ha señalado, a pesar de que las pruebas médicas confirmen una y otra vez que se trata de una crisis de angustia y que, por consiguiente, es un problema de causa psicológica, a la persona en cuestión le cuesta creer que ese conjunto de cambios metabólicos bruscos, repentinos e inesperados se deban a un problema personal. En primer lugar, porque tales alteraciones orgánicas son reales y provocadas de forma involuntaria. En segundo lugar, porque no se reconoce que se tiene un problema personal que preocupe tanto como para producir una reacción tan descontrolada de angustia. Aclaremos ambos argumentos:

 

  • «Tales alteraciones orgánicas son reales y no provocadas voluntariamente.» Que una alteración orgánica se deba a un problema de tipo psicológico no significa que se haya provocado expresamente o inventado. Cuando se está padeciendo una crisis de angustia, el ahogo y el mareo que conlleva son reales, como también las palpitaciones o la sensación de opresión en el pecho. Tales sensaciones no son inventadas y mucho menos, provocadas adrede. Se trata de un fenómeno denominado «psicosomático», que sucede porque el cuerpo y la mente mantienen una relación muy estrecha e imperceptible. En Acerca del alma, uno de los textos sobre Psicología más bellos, Aristóteles afirma que el alma no es el cuerpo, pero lo necesita para existir, ya que el alma reside en el cuerpo.1

Hay muchas situaciones de la vida cotidiana que muestran la influencia que ejerce la mente sobre el cuerpo. Por ejemplo, planteemos el caso de una persona que permanece durante toda la mañana sin desayunar, esperando con anhelo la hora de comer, y cuando por fin llega el momento de sentarse a la mesa recibe una mala noticia… ¡Es seguro que esa noticia le hará perder el apetito! Esto sucede de forma involuntaria y sin que se pueda evitar. Se trata de un problema de causa psicológica que desemboca en una alteración orgánica. Algo parecido ocurre en el caso de la crisis de angustia.

 

  • «No se reconoce ningún problema personal que preocupe tanto, hasta el extremo de producir una reacción tan descontrolada de angustia.» Hemos explicado la influencia que ejerce la ansiedad anticipatoria en la repetición de la crisis de angustia, pero aún no hemos aclarado qué mecanismos psicológicos intervienen en la producción de la primera crisis de angustia, es decir, aquella que eclosionó antes de tener la experiencia de haberla ya sufrido previamente y por consiguiente, cuando aún no había participado la ansiedad anticipatoria.

Es decir, existen dos factores que intervienen en la repetición de la crisis de angustia:

 

1) la causa que dio lugar a la primera crisis de angustia y que sigue ejerciendo presión mientras no se resuelva;

2) la fuerza autosugestiva de la ansiedad anticipatoria surgida tras haber experimentado la primera crisis de angustia.

 

Ambos factores se retroalimentan mutuamente y por este motivo resulta tan habitual que después de haber sufrido una primera crisis de angustia se encadenen nuevos episodios. Cuando se consigue resolver la causa de la crisis de angustia, la fuerza autosugestiva de la ansiedad anticipatoria pierde paulatinamente su intensidad hasta que finalmente deja de ejercer ninguna influencia.

 

¿Y cuál es la causa que dio lugar a la primea crisis de angustia?, seguimos preguntándonos. La respuesta es: un problema personal que se ignora completa o parcialmente. Tal desconocimiento es el responsable de que a menudo sea difícil reconocer que una crisis de angustia esté desencadenada por una cuestión psicológica. Pero ¿qué quiere decir «un problema personal que se ignora»? Y si se ignora, ¿cómo puede ser que tenga consecuencias tan aparatosas como es la producción de una crisis de angustia? Para poder responder a estas preguntas hemos de recurrir al psicoanálisis.

 


  1. Aristóteles, Acerca del alma, Gredos, Madrid, 1999, Libro II, cap. 1º, § 414a.

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

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