La construcción de la identidad

Sin quererlo, efectivamente, los padres pueden transmitir sus miedos a los hijos. No obstante, con independencia de que eso ocurra, el proceso madurativo del niño también propicia que surjan miedos durante los primeros años de vida. ¿Por qué?, podemos preguntarnos.

La dependencia que el bebé tiene de los padres durante los primeros meses de vida es absoluta, y también la sensación de protección. Pero entre los dos y los seis años aproximadamente, se producen una serie de acontecimientos que harán que el niño abandone el «claustro» de seguridad y dependencia donde había vivido hasta entonces. ¿Cuáles son estos acontecimientos?

En esta etapa evolutiva el niño aprende a caminar, por lo que puede desprenderse a su antojo de los brazos de sus padres y también aproximarse a ellos cuando los necesita. Aprende a hablar, lo cual le permitirá comunicarse no solo con sus padres (como hacía hasta ahora por medio de gestos y sonidos que solo ellos entendían) sino también con otras personas que están fuera del entorno familiar. Asimismo, es el momento en que descubre la diferenciación sexual e intenta definirse en relación a ella.1 Por otro lado, la escolarización le enseña a compartir sus cosas con los demás y a identificarse con el grupo de iguales, etc. Gracias a estos acontecimientos, que permiten que el niño se «separe» de los padres y entre en la sociedad, podrá ir construyendo los cimientos de su identidad y constituirse como alguien capaz de albergar sus propios deseos.

Pero, a su vez, el niño puede vivir este proceso vital de diferenciación y autoafirmación como un desafío hacia sus padres, personas de las que depende y ama, y teme que por ello dejen de quererlo o lo rechacen.2 Es decir, el anhelo de poseer una identidad diferenciada, intereses propios y preferencias es una causa de angustia y miedo. La primera infancia es una etapa de descubrimientos y de felicidad compartida con los padres y la familia pero, como hemos señalado, también es el momento en el que se gestan los primeros traumas y aparecen las primeras frustraciones.

El citado temor a ser rechazado por los padres o perder su amor es, sin duda alguna, un miedo insoportable que el niño necesita apartar de su pensamiento. Y lo consigue gracias a la acción de un mecanismo psíquico inconsciente que se encarga de desplazar ese miedo referido a la figura de los padres, a otros seres de su entorno e imaginación, como son los fantasmas, los ogros, la oscuridad, etc.3 El niño dejará de temer que sus padres lo abandonen o le retiren su amor pero surgirá el miedo, por ejemplo, a que unos desconocidos lo secuestren por la noche mientras duerme. Y en el caso del protagonista del ejemplo anterior, Pol, a que un perro le muerda.4


  1. Freud, S., «Tres ensayos de teoría sexual», Obras Completas, VII, Amorrortu Editores, Buenos Aires 1988, págs. 109-224.
  2. A su vez, renunciar a la dependencia de los padres supone renunciar también a su protección, lo que puede dar lugar al sentimiento de soledad.
  3. Sobre el proceso inconsciente a partir del cual se constituye el síntoma fóbico, véase en S. Freud, «La represión», Obras Completas XIV, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988, pp. 148-151.
  4. En Hans, el protagonista de la fobia infantil analizada por Freud en «Análisis de la fobia de un niño de cinco años», se produce un desplazamiento hacia la figura del caballo. Véase S. Freud, «Análisis de la fobia de un niño de cinco años», Obras Completas, X, Amorrortu Editores, Buenos Aires 1988, pág. 102.

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

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