La agorafobia debilita la autoestima y la autoconfianza

Quien ha padecido una crisis de angustia en un lugar determinado cree que la forma más segura de evitar que se repita es no aproximarse a él. Sin duda, se trata de una fórmula infalible, pero esta forma de actuar limita la libertad y deteriora la autoestima. El hecho de hacerse acompañar de alguien que infunda seguridad también afecta a la independencia y la capacidad de autonomía del individuo.1

Cuanto más se aceptan los dictámenes impuestos por el miedo menos se confía en ser capaz de enfrentarse a él. Al perder la autoconfianza se genera una espiral en que el miedo se apodera de la voluntad. Las cosas ya no se hacen por deseo, sino por miedo. Cuando la voluntad está muy debilitada cualquier circunstancia termina representando una amenaza. Las conductas de evitación (es decir, no aproximarse a los lugares donde se cree que puede acontecer el pánico, o hacerlo solamente si se va acompañado) representan una conquista del miedo y una renuncia a la libertad. Esto podemos comprobarlo en la historia de Alexandra, quien ha tenido que abandonar los estudios de diseño gráfico por su temor a viajar a Viena.

Sucumbir ante el miedo es un mal remedio para vencer la agorafobia puesto que este tiene la propiedad de expandirse, y de convertir en inseguros cada vez más y más lugares. Si este problema no se resuelve, el hogar llegará a ser el único lugar donde poder sentirse tranquilo, y resultará imposible alejarse de él. Si no se lucha contra el miedo, no queda otro remedio que someterse a él y eso supone tener que adaptar la propia vida a las limitaciones que este impone.

 

Mónica tiene 18 años y al acabar el bachillerato empezó a cursar educación infantil. Hasta entonces siempre había estudiado en la misma escuela, cerca de su casa. No había conocido más amigos que sus compañeros de clase. Alguna vez había realizado actividades extraescolares, pero siempre acompañada de alguno de ellos. Estudiar en la universidad suponía ir sola por primera vez a un lugar desconocido. Se matriculó en una facultad situada a unos 45 minutos de su casa, a la que llegaba combinando dos transportes públicos. Un día, poco después de empezar, sufrió una crisis de angustia al dirigirse a ella. Durante unos días dejó de ir. Pasado un tiempo volvió a intentarlo y le ocurrió lo mismo. Le producía pánico alejarse de su casa. Mónica optó por abandonar los estudios y al poco tiempo encontró trabajo cuidando a los hijos de una vecina, actividad que combinó impartiendo clases particulares a otros niños del barrio. Al cabo de un tiempo empezó a salir con el hermano mayor de uno de sus alumnos. A su lado sí era capaz de ir a todas partes.

 

La historia de Mónica muestra qué es una agorafobia encubierta: Mónica ha conseguido construir una vida aceptando las limitaciones impuestas por el miedo, una vida caracterizada por la renuncia de metas y aspiraciones.

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  1. Freud, S., «Inhibición, síntoma y angustia», Obras Completas, XX, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988, pág. 121.

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

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