En la crisis de angustia, la angustia fluye de forma desatada

Hemos definido la crisis de angustia como una escalada de angustia, un episodio en el cual esta se retroalimenta a sí misma de forma descontrolada. Se trata de un estado en que la angustia circula libremente porque está desatada, es decir, no hay ningún pensamiento que la ate y la contenga. En el apartado 6 de este mismo capítulo hemos establecido un símil entre la crisis de angustia y el estado de angustia que se produce al despertar repentinamente de una pesadilla. Durante los primeros instantes al despertar de la pesadilla no somos capaces de reconocer que se trataba de un sueño. Sentimos horror porque creemos que aquello que soñamos ha ocurrido de verdad. Pero, poco a poco, nos damos cuenta de que se trataba de una pesadilla y que podemos seguir durmiendo. Es decir, al percibir que la angustia obedece a un motivo determinado, sea A, B o C, conseguimos controlarla y tranquilizarnos. La diferencia entre despertar de una pesadilla y padecer una crisis de angustia es que, en el segundo caso, no se logra discernir razón alguna que la justifique, lo cual hace imposible controlarla y ponerle mentalmente un freno…

 

Podemos definir la crisis de angustia como el estado en que la angustia derriba todo dique que intente contenerla, es decir, todo pensamiento que procure calmarla.

La crisis de angustia es un estado en que la angustia fluye sin control y de forma desatada.

 

En el apartado anterior hemos afirmado que la causa de la crisis de angustia es una circunstancia traumática o conflictiva cuyos efectos continúan presentes en estado inconsciente; posteriormente concurre una circunstancia desencadenante que la rememora y da lugar a la producción de angustia. Se trata, en realidad, de una dinámica parecida a la que hemos analizado en el capítulo segundo, dedicado a la agorafobia que surge tras haber sufrido una experiencia traumática. En dicho capítulo expusimos el ejemplo de una persona que evita volver a circular por la calle donde fue víctima de un atraco días atrás. De hacerlo, se expone a ser presa de la angustia. En la situación que ahora nos ocupa los hechos se desarrollan de forma semejante: tras haber sufrido una experiencia traumática o conflictiva cuyos efectos han continuado presentes de forma inconsciente, concurre un hecho parecido a aquel, que lo rememora y, consecuentemente, provoca la irrupción de angustia. Al ser inconsciente, se desconoce la causa que produce la angustia. La persona experimenta angustia pero no sabe por qué.

La diferencia entre la angustia que acontece al rememorar una experiencia traumática de la que la persona es consciente (como por ejemplo, haber sufrido un atraco callejero),1 y la angustia que acontece al rememorar una circunstancia traumática o un conflicto que es inconsciente (en el ejemplo de Verónica, el dolor que le produjo la ruptura con Daniel) es que, en el primer caso, la persona sabe qué debe hacer para eludir la angustia (por ejemplo, no transitar por la calle donde se sufrió el atraco, o afrontar ese temor acercándose allí gradualmente), mientras que en el segundo caso, la persona ignora completamente la causa de la angustia y por consiguiente, no dispone de ninguna herramienta para evitarla. Al no tener medios para controlarla, esta fluye de forma abrupta y desatada, dando lugar a la crisis de angustia…

 

Una crisis de angustia alerta de que existe un conflicto inconsciente que está ejerciendo presión, que está luchando para que se le preste atención.

 


  1. Una circunstancia traumática, como las que hemos expuesto en el capítulo segundo, puede desencadenar un estado de mucha angustia, como por ejemplo, quedarse aturdido y temblando después de haber sido víctima de un atraco callejero. Pero el hecho de conocer la causa a la que responde permite mantenerla bajo un cierto control. Por definición, un suceso traumático no tiene por sí mismo capacidad para desencadenar una crisis de angustia. Si ocurre, es señal de que esa causa traumática ha despertado algún conflicto inconsciente, también traumático, que se mantenía latente. En la obra teatral de Henrik Ibsen, El pato silvestre, Hjalmar acaba de descubrir que su amada hija Hedvige, de 14 años, no es en realidad hija biológica suya. Enloquecido, recoge sus cosas para pasar la noche fuera de casa y abandonar a su esposa e hija. La esposa le sigue y Hedvige, sola en la casa y sin entender qué está sucediendo, sufre una crisis de angustia a la vez que se pregunta: «¿Es por culpa mía? ¿Se va por mi culpa?». Realmente, Hedvige no tenía ninguna responsabilidad en la ira de su padre pero, al parecer, ante aquella trágica imagen no pudo evitar cuestionarse a sí misma acerca de sus posibles culpas.

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

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