La crisis de angustia

Anna, que tiene 30 años, estaba trabajando en su oficina cuando empezó a sentir una cierta ansiedad. «Debía finalizar unos informes para entregar esa misma mañana. En mi empresa, por el tipo de negocio del que nos ocupamos, estoy acostumbrada a hacer las cosas corriendo y por este motivo no quise dar más importancia al hecho de sentirme agobiada. Una compañera se había preparado una infusión relajante y me invitó a compartirla. La tomé y a los pocos segundos noté mucho calor, que el corazón me palpitaba intensamente y que me mareaba. Pensé que la infusión me había causado un efecto tóxico y esa idea aún me alteró más.»

Los compañeros avisaron a una ambulancia y la llevaron al hospital. El médico le formuló una serie de preguntas y le suministró un tranquilizante. A los pocos minutos empezó a encontrarse mejor. Tras realizarle un electrocardiograma le confirmaron que su corazón estaba bien. Había sufrido una crisis de angustia, es decir, que aquellas sensaciones tan horribles no eran producto de la infusión ni tampoco de una grave enfermedad cardiaca, sino de sus propios pensamientos. «Me costó creerlo y durante los días siguientes empezó a inquietarme la idea de que, tal vez, en el hospital no me habían practicado las pruebas médicas necesarias y que se habían equivocado en el diagnóstico. Observaba continuamente las sensaciones de mi cuerpo, obsesionada por detectar algún dolor, algún pinchazo que confirmara la sospecha de una enfermedad grave. No podía concentrarme en otras cosas, lo cual perjudicó el rendimiento en el trabajo y también mi sueño. A los pocos días, estando sola en casa, tuve las mismas sensaciones: ahogo, mareo, taquicardia…»

Como pudo, Anna llamó al servicio de emergencias médicas y no tardó en llegar una ambulancia. «La enfermera me hizo una serie de preguntas y me habló hasta que conseguí tranquilizarme. Parecía saber lo que me estaba sucediendo y me dijo que no debía asustarme porque se trataba de una nueva crisis de angustia. Entonces me relajé y no tuve que ir al hospital.»

 

La crisis de angustia es una afectación bastante común. Quien no la haya padecido y desee saber de qué se trata puede intentar recordar cualquier pesadilla que haya tenido recientemente. Por regla general, despertamos de una pesadilla alterados, abrumados, agitados, sudando, temblando, desorientados y llenos de miedo. Hasta que no conseguimos reaccionar y reconocer que se trataba de un sueño, deseamos huir de nosotros mismos. Pues bien, esto mismo es lo que experimenta quien sufre una crisis de angustia.

A los pocos segundos de despertar de la pesadilla reaccionamos y nos damos cuenta de que se trataba de un sueño, que en realidad estamos en nuestra habitación y que nada de lo que creíamos haber vivido era verdad. Es decir, somos capaces de diferenciar el sueño de la realidad y, al hacerlo, conseguimos convencernos de que nos encontramos a salvo de aquello que en la pesadilla, fuera lo que fuese, nos condenaba a la desesperación. Nos tranquilizamos y, seguidamente, volvemos a quedarnos dormidos. Al día siguiente tal vez ni siquiera lo recordemos.

Las vivencias que desencadena una crisis de angustia se asemejan a lo que ocurre al despertar de una pesadilla, con la salvedad de que en esta no tardamos en advertir que se trataba de un sueño y que, por tanto, no debemos preocuparnos. En la crisis de angustia, en cambio, no se produce esa segunda parte tranquilizadora. Imaginemos que despertamos de una pesadilla y que no podemos decirnos: «Calma, solo es un sueño, vuélvete a dormir». Por este motivo la crisis de angustia también recibe el nombre de «ataque de pánico». Efectivamente, ¡la crisis de angustia es un ataque de pánico!

Recordemos la famosa escena de la película Psicosis de Alfred Hitchock, en la que Marion Crane (personaje interpretado por la actriz Janet Leigh) se está duchando en la habitación de un motel solitario. Como si se tratara de la mirada de Norman Bates, que es el propietario del motel (personaje interpretado por Anthony Perkins), el objetivo de la cámara se introduce sigilosamente en el cuarto de baño y enfoca la cortina tras la cual se traslucen los movimientos de Marion. Seguidamente, la cámara se traslada al interior de la ducha y filma el primer plano de un puñal que aparece detrás de la cortina con intención de asesinarla. Marion se percata, chilla, y varias puñaladas hacen que su sangre salpique la pared.

El espectador difícilmente puede evitar sentir estremecimiento y lanzar un grito de pánico al presenciar esa escena. Pues bien, el conjunto de sensaciones que experimenta una persona cuando sufre una crisis de angustia se asemeja a la reacción de pánico de un espectador al ver dicha escena de la película Psicosis. La diferencia es que, en la crisis de angustia, se ignora cuál es la causa del pánico. Al no encontrar explicación alguna, esa sensación vertiginosa se atribuye al hecho de estar sufriendo un ataque cardíaco o una enfermedad fulminante. El desespero que produce esa idea incrementa aún más la angustia y el horror.

En una crisis de angustia podemos distinguir tres fases. La primera de ellas es la presentación, que suele acontecer por sorpresa y consiste en una serie de alteraciones metabólicas bruscas y repentinas. Se empieza a sudar, sentir ahogo, temblor, palpitaciones, mucho calor, opresión en el pecho, etc. Cuando se han sufrido varias crisis de angustia se aprende a reconocer alguna de las señales que anuncian su irrupción, como por ejemplo, un determinado malestar corporal. Pero, igualmente, esta señal también aparece de forma inesperada y no siempre es posible evitar que termine precipitando en una crisis. A continuación se inaugura la segunda fase de la crisis de angustia, en la que interviene el pensamiento, que interpreta que dichas alteraciones metabólicas son señal de una enfermedad y que se está a punto de perder el control. Es decir, en esta segunda fase, el pensamiento dispara una alarma que hace que las alteraciones metabólicas se intensifiquen aún más. Se trata de una espiral que crece paulatinamente.

Sintetizando, podemos afirmar que la crisis de angustia aparece en un primer momento en forma de alteraciones metabólicas corporales. El pensamiento aún no ha entrado en juego. Cuando lo hace, es para interpretar tales cambios corporales como el anuncio de una enfermedad devastadora o mortal. Una vez que la crisis de angustia ha remitido, acontece un estado de aturdimiento. Entonces se inaugura la tercera fase de la crisis de angustia, que tiene que ver con el hecho de recordarla: la crisis de angustia se recuerda como una experiencia traumática, y como toda experiencia traumática, se teme volverla a sufrir.

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

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