Un poco de psicoanálisis

En el segundo capítulo de este libro, dedicado a la experiencia traumática, hemos definido este concepto como la vivencia de un suceso impactante, generalmente referido a la muerte o a una pérdida grave, que tiene como consecuencia la aparición de secuelas anímicas. Un trauma psíquico puede ser, por ejemplo, la vivencia de un accidente de tráfico, una acción terrorista, un desastre natural, la muerte de un ser querido, etc. Todos estos ejemplos son experiencias traumáticas que ocurren de forma pública. Un accidente de circulación, por ejemplo, implica la presencia de testigos, ambulancias, equipos médicos, abogados, compañías aseguradoras, jueces, etc. A demás, la víctima suele contar con el reconocimiento de los familiares y allegados.

Existen otros traumas que ocurren en privado y que, por algún motivo, se soportan o deben soportar en silencio, como la experiencia que vivió César, relatada el capítulo primero, cuando se puso en marcha el ventilador gigante de la cámara en la que se encontraba trabajando. Su vida estuvo en peligro pero una vez a salvo nadie quiso reconocerlo ni hacerse responsable del riesgo que había corrido.

También existe un tercer tipo de experiencia traumática: aquella que ocurre sin que uno mismo se dé cuenta. Si en el caso anterior hablábamos de traumas que son invisibles para los demás, ahora se trata de traumas que son invisibles incluso para aquel quien los padece. Este tipo de traumas, llamados «traumas inconscientes»,1 fue descubierto por Freud a finales del siglo xix, al advertir que en una misma persona pueden existir intereses y deseos contrapuestos, cuya lucha ella misma prefiere ignorar.2 A veces oímos decir: «Ahora me doy cuenta de que me puse un velo para no ver lo que estaba sucediendo», o bien, «Conseguí convencerme de que todo iba bien y así no tener que enfrentarme a nada», o, «Preferí vivir engañado»… Imaginemos la siguiente historia:

 

Verónica va a contraer matrimonio con Daniel. Antes de conocerlo había salido con otros chicos pero ninguno la satisfizo lo suficiente y siempre era ella quien decidía romper. La relación con Daniel iba a terminar igual, pero él insistió tanto que Verónica creyó que podría ser el hombre de su vida.

Tres días antes de la boda, Daniel le confesó que hacía tiempo que ya no la amaba y que había decidido no casarse con ella. Verónica reaccionó serenamente, agradeció su sinceridad y terminó comprendiendo que hubiera resultado un fracaso contraer ese matrimonio. Verónica se dijo a sí misma que en realidad ella tampoco lo amaba, que ahora tendría la oportunidad de conocer algún chico verdaderamente interesante de quien enamorarse y que, por tanto, no valía la pena derramar ni una sola lágrima por su culpa. Cancelaron la ceremonia y devolvieron los regalos de boda. Verónica continuó su vida con normalidad pero a las dos semanas, en la cafetería donde se encontraba desayunando, contempló la siguiente escena de una telenovela en el televisor: en un escenario que podía representar el comedor de una vivienda, un actor de le decía a una actriz: «No quiero continuar más tiempo a tu lado. Han sido muchos años juntos pero me he cansado de ti. Adiós». A continuación, dicho actor se fue dando un portazo, dejando a la actriz perpleja y sin poder reaccionar. En ese mismo instante, Verónica se echó a llorar delante de todos. En la mesa contigua se preguntaban: «¿Se ha puesto así por culpa de la telenovela?».

 

Efectivamente, Verónica llora al ver la escena de la telenovela pero no podemos afirmar que esa sea la causa de su dolor. Soportó en serenidad ser rechazada por Daniel, diciéndose a sí misma que nunca lo había amado y que, por consiguiente, no había motivos para sufrir. Pero su reacción al presenciar la telenovela hace pensar que, en realidad, Verónica se estaba ocultando la verdad de sus sentimientos con respecto él. Si no hubiera sido así, no habría tenido motivos para reaccionar de una forma tan extraña al contemplar aquella escena protagonizada por actores televisivos.

Ponerse a llorar ante desconocidos debido a una simple telenovela representó un comportamiento extraño e inexplicable para Verónica y aquellos que la observaban. No obstante, igual que le ocurrió a Verónica, en la vida cotidiana solemos cometer actos que no tienen ningún sentido, que resultan molestos para nosotros mismos y de los que no sabemos cómo liberarnos. Se trata de los denominados «síntomas psíquicos». Síntomas psíquicos son, por ejemplo, tener que asegurarse varias veces antes de salir de casa de que la llave del gas está cerrada, vivir continuamente en un estado de angustia sin saber por qué, perder el apetito sin que lo justifique enfermedad alguna, tener miedo de cosas o situaciones que no representan ninguna amenaza, vivir siempre abrumado o preocupado, no poder contener determinados impulsos…

Podemos afirmar que todas las personas padecen inevitablemente algún tipo de síntoma psíquico y que ello forma parte de la normalidad. En El malestar en la cultura3 Freud considera que para vivir en una sociedad y cultura desarrolladas es necesario que los individuos mantengan bajo control la libre expresión de determinados instintos y deseos personales. Para conseguirlo, deben invertir en ello una parte considerable del esfuerzo que, en un principio, estaba destinado a la consecución del placer. Es decir, según Freud, para que el ser humano pueda vivir en sociedad, a cambio, debe renunciar a una parte importante de su libertad. Según estas premisas, es más fácil entender por qué a veces nos resulta tan difícil mantener bajo control nuestro arsenal inconsciente, y por qué algunos de nuestros instintos o deseos ocultos se hacen presentes cuando menos los esperamos. ¿A quién no se le ha escapado una risa furtiva en medio de un acto solemne?4

También podemos considerar los síntomas psíquicos como manifestaciones furtivas de instintos y deseos reprimidos que consiguen, de forma encubierta, salir a la luz. ¿Qué significa «de forma encubierta»? Veamos el siguiente ejemplo:

Imaginemos que el señor A. es un delincuente que vive fugado en un país asiático y que no puede regresar al suyo porque sobre él hay una orden de busca y captura. Un familiar suyo cae gravemente enfermo y desea visitarlo, pero sabe que corre el riesgo de que la policía lo descubra y acabe en la prisión. Entonces, ingenia un plan: se somete a una operación de cirugía estética para adquirir un nuevo rostro y falsifica el pasaporte con el fin de obtener una nueva identidad. Camuflado de este modo, consigue entrar en su país y permanecer en él sin que la policía le moleste.

Freud desveló que los síntomas psíquicos, los lapsus o actos extraños que cometemos sin saber por qué, los sueños5 y lo que denominó «psicopatología de la vida cotidiana»6 (como perder las llaves varias veces en un mismo día, repetir un error lingüístico en una conversación, etc.), son formas de camuflaje que usan los deseos e instintos inconscientes para liberarse y manifestarse. Pensemos en el ejemplo de Verónica, que no lloró cuando Daniel la dejó, sino al contemplar una escena de ficción en la que una mujer era abandonada por su pareja. Podemos intuir que el dolor que le produjo la ruptura con Daniel (del cual Verónica no quiso saber) encontró en aquella escena televisiva una forma de camuflarse y expresarse.

Como ya hemos señalado, forma parte de la normalidad cotidiana que tales deseos e instintos inconscientes consigan salir a la luz camuflados en forma de síntomas o manifestaciones psicopatológicas. No obstante, si estos son intensos o interfieren notablemente en el quehacer diario, causarán dolor, malestar y preocupación. Es lo que ocurre en el caso de la crisis de angustia y la agorafobia en general.

Retomemos la historia de Verónica: esta se puso a llorar al contemplar una telenovela en una cafetería. Se trata de un comportamiento extraño para Verónica y tal vez, se sintiera ridícula al saberse observada con extrañeza. No obstante, si conocemos la historia que había vivido durante los últimos días, comprendemos que Verónica tuviera la necesidad de llorar. El llanto extraño de Verónica en la cafetería o…

 

cualquier síntoma psíquico es la señal que nos envía el inconsciente

de que existe una necesidad que reclama ser atendida

y que no acepta seguir siendo ignorada.

 

La agorafobia y la crisis de angustia causan molestia y, en ocasiones, pueden interferir en el desarrollo de las responsabilidades o compromisos más básicos. A su vez, estos síntomas suelen acontecer de forma enigmática y cuesta reconocer que respondan a algún problema de tipo personal. Por ello, ante la aparición de la crisis de angustia y la agorafobia, es natural que surja el deseo imperioso de liberarse de ellas lo antes posible. Pero conviene entender que la crisis de angustia y la agorafobia no surgen por azar. Como ya hemos afirmado, ambas alertan de la existencia de una necesidad insatisfecha que ha estado silenciada y que lucha para que se la escuche. Y además añadimos: aunque parezca contradictorio

 

 la agorafobia es una forma de solucionar tal necesidad insatisfecha.

Es cierto que se trata de una solución que genera un nuevo problema,

pero en sí misma es una solución.

Es decir, la agorafobia es, a la vez,

la señal que alerta de una necesidad y la solución de dicha necesidad.

 

Lo ilustraremos mediante el siguiente ejemplo:

 

Imaginemos que el señor B. vive en una ciudad nórdica donde se están alcanzando los 15 grados bajo cero. Está arruinado y no puede costear ningún tipo de calefacción, por lo que tiene que recoger leña del bosque para encender la hoguera de su casa y poderse calentar. Pero la normativa reciente de la ciudad no permite encender hogueras en el interior de las viviendas y, al observar que alguien lo ha hecho, un policía municipal se presenta en casa del señor B. para obligarle a apagar el fuego y multarle. No obstante, a los pocos minutos de retirarse el policía, el señor B. vuelve a encender la hoguera porque es la única forma que tiene de calentarse y no morir de frío. Y de nuevo el policía municipal llama a la puerta para reprenderle. Harto de tantas sanciones, como vive en una casa helada y no cuenta con otro recurso que no sea encender un fuego de leña, el señor B. idea un sistema de tuberías subterráneas para canalizar el humo y expulsarlo lejos de la vivienda. Este ingenio le permite al señor B. mantener el fuego de leña y la casa caldeada durante unos días sin que nadie se lo impida, pero finalmente el agente municipal, tras lograr averiguar de dónde proviene el olor a humo que se percibe en la barriada, acude inmediatamente a la casa del señor B. y le obliga a apagar el fuego a la vez que le denuncia de nuevo. Pero el señor B. continúa buscando formas de encender la hoguera sin que el policía lo perciba. Y así una vez y otra.

 

La hoguera que ha encendido en su vivienda el señor B., y el humo que de ella se desprende, indican que tenía frío. Pero también son las señales que informan que ha encontrado un remedio para solucionar ese problema. Es decir, por un lado, la hoguera es la señal de que existe una necesidad y, por otro, la forma de satisfacer tal necesidad.

Las leyes de termodinámica que regulan los procesos fisiológicos del organismo del señor B., no entienden de normativas municipales ni de sanciones. «Su único interés» es mantener el organismo en vida. Es cierto que encender la hoguera en el interior de la vivienda le genera un conflicto con las normativas municipales pero, mientras no encuentre otra forma de caldear la casa, el señor B. no tiene más remedio que seguir encendiéndola, por mucho que lo acose el policía.

Volvamos a reflexionar sobre el problema de Verónica. Quiso creer que la ruptura con Daniel no la había afectado, pero al contemplar la telenovela se echó a llorar ante la perplejidad de los clientes de la cafetería y de ella misma. Efectivamente, el dolor que produjo en Verónica verse rechazada por Daniel no entiende de composturas y de buenas formas, del mismo modo que los órganos vitales del señor B. no entienden de sanciones ni de normativas municipales. Es cierto que Verónica se siente ridícula por haberse comportado de ese modo en un lugar público pero, al parecer, su necesidad de llorar no quiso dejar escapar la oportunidad de hacerlo cuando se vio reflejada en la actriz de la telenovela.

La agorafobia y la crisis de angustia son síntomas psíquicos que hacen sufrir. Pero, a su vez, también constituyen la solución a un problema. Sin duda alguna, como ya hemos reconocido, esta afirmación resulta contradictoria y por ello intentaremos aclararlo recurriendo a una historia de agorafobia, la vivida por Clément, un joven de 35 años de Marciac, un pequeño municipio de la Occitania francesa.

 

Clément trabaja desde hace doce años en una empresa de reparación y mantenimiento de frigoríficos y neveras industriales. Sus jefes lo consideran uno de los trabajadores más eficientes y responsables de la plantilla, de modo que suelen adjudicarle las reparaciones que presentan más dificultades. A Clément le gusta mucho su trabajo porque se considera útil y valorado por los clientes, y se esfuerza en hacerlo lo mejor que puede. No obstante, se siente poco respetado por sus jefes, quienes le obligan a trabajar muchas horas a cambio de un reducido salario. Durante los meses de verano, todos los fines de semana Clément debe hallarse localizable por si surge una emergencia.

Clément se ha acostumbrado a desempeñar más trabajo del que puede, pero es incapaz de contradecir a sus jefes. En realidad, esta forma de hacer obedece a su propio carácter, que ha ido conformando a lo largo de su vida. Aún recuerda que en una excursión escolar cuando tenía ocho años le dio su bocadillo a un compañero que lloraba desconsoladamente porque se había olvidado el suyo en casa. Cuando reflexiona sobre ello, se da cuenta de que hubiera sido mucho más acertado compartir la mitad de su bocadillo con aquel compañero y así él no se habría quedado sin comer.

Clément reconoce que siempre ha antepuesto las necesidades de los demás a las suyas propias y que ha tenido la costumbre, como él mismo afirma, de «colocarse en el último lugar de todas las filas». Diremos también que ese descuido de sí mismo se había materializado en un sobrepeso de 30 kilos.

Los problemas empezaron hace unas pocas semanas. Clément había estado conviviendo durante más de siete años con una joven, a la que amaba profundamente. A él no le importaba trabajar tantas horas y de forma tan dura porque le ilusionaba saber que ello repercutía en el bienestar económico de ambos. Tenía muchas ilusiones puestas en su futuro junto a ella, pero un día, sin ofrecerle explicaciones convincentes, ella rompió la relación. Clément, desconcertado, empezó a sentirse decaído y sin ganas de hacer otra cosa que no fuese trabajar. Perdió interés por todo lo demás, incluso la comida, y llegó a adelgazar 40 kilos en pocos meses.

Tras la ruptura sentimental las fuerzas empezaron a fallarle, pero no faltó al trabajo y siguió cumpliendo con normalidad con sus tareas laborales. No obstante, un día en que se encontraba llevando a cabo una reparación en el interior de una cocina donde hacía mucho calor, sufrió un fuerte mareo que no le dejó terminar lo que estaba haciendo. Llamó a su familia para que le fueran a buscar y lo acompañaran al servicio de urgencias del hospital.

El personal médico le informó de que se trataba de una crisis de angustia y le aconsejaron que guardara unos días de reposo. No obstante, al día siguiente Clément se levantó de la cama a la hora de siempre con la intención de ir a trabajar. Pero volvió a sentirse mareado y tuvo que acostarse de nuevo. Su hermano lo acompañó al médico de cabecera, quien le dictó dos semanas de reposo.

Clément siguió la prescripción, pero durante esos días empezó a desarrollar una agorafobia: no podía salir al balcón ni pasear tranquilamente por su barrio. Para sentirse tranquilo debía permanecer encerrado en casa o irse a lugares alejados de Marciac. Su angustia iba en aumento y el médico se vio obligado a prolongar la baja laboral de forma indeterminada. No obstante, se trataba de una agorafobia particular, puesto que solo la sufría de lunes a viernes. Los sábados y domingos, en cambio, podía asomarse al balcón o salir de casa tranquilamente.

La explicación de este caso de agorafobia era sencilla: justo enfrente de la casa de Clément se encontraba el local comercial de su empresa, donde los empleados acudían diariamente, a recoger y dejar las herramientas que utilizaban, y donde se hallaban ubicadas las oficinas de sus jefes. Desde el balcón de su casa, Clément podía ver el local y era fácil coincidir con alguno de los jefes al salir a la calle. Si alguna vez esto ocurría, se llenaba de angustia porque temía que le preguntasen cuándo tenía previsto reincorporarse a su puesto de trabajo. La idea de volver a trabajar allí le producía pánico, a causa de aquellas jornadas interminables, verse obligado a conducir a toda prisa mientras se desplazaba de un lugar a otro y sin tener siquiera un momento para sentarse a comer, las continuas guardias los fines de semana, etc.

 

Recapitulemos: Clément sufría por faltar a su trabajo. Pero, a su vez, si se acercaba al local comercial de la empresa corría el riesgo de padecer una crisis de angustia. Mientras convivió con su pareja, Clément poseía un motivo para trabajar de una forma tan dura: el bienestar y el futuro de ambos. Pero sin ella aquel esfuerzo dejaba de tener sentido. Clément era una persona que nunca había sabido decir «no». Podemos afirmar que su agorafobia, que le obligaba a permanecer encerrado en casa o alejarse de su municipio de lunes a viernes para evitar sufrir una crisis de angustia, en realidad, tenía la función de protegerle, puesto que le mantenía alejado de un trabajo que sabía que ponía en riesgo su salud.

Recordemos el ejemplo del Señor B. que hemos expuesto anteriormente: a pesar de que vaya en contra de las normativas municipales, encender la hoguera le salva de morir de frío. En el caso de Clément podemos afirmar que su agorafobia le limita a no poder salir de su casa. Pero, debido a que es incapaz de decir «no» a cualquier cosa que sus jefes le ordenen, la agorafobia cumple también la función de mantenerle distanciado del riesgo que supone para él seguir diciéndoles «sí a todo». En el ejemplo del Señor B. la solución radica en que pueda encontrar un sistema de calefacción que sea compatible con las normativas municipales. En el caso de Clément, en que aprenda a hacer valer sus intereses y a no ponerse siempre «en el último lugar de la fila».


  1. El concepto de «trauma» o «experiencia traumática» hace referencia a un acontecimiento trágico cuyo impacto es difícil de afrontar para todos. Por ejemplo, presenciar un terremoto. En cambio, el concepto de «conflicto» hace referencia a un acontecimiento que no es traumático por naturaleza, pero que sí puede serlo cuando una persona no es capaz de superarlo. Por ejemplo, una ruptura sentimental no tiene por qué ser traumática, pero a una persona determinada puede afectarle gravemente. Por este motivo, para hacer referencia a los «traumas inconscientes» es preferible usar el término «conflicto inconsciente». No obstante, en este libro usaremos indistintamente los conceptos «trauma inconsciente» o «conflicto inconsciente».
  2. Freud, S., «Estudios sobre la histeria», Obras Completas, II, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988, cáps. 6 y 7.
  3. Freud, S., «El malestar en la cultura», Obras Completas, XXI, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988, págs. 57-140.
  4. Los siguientes versos, que se recitan en el diálogo dedicado a Protágoras, de Platón, hacen referencia a que es difícil mantener bajo control determinadas necesidades y deseos: «A los que no hacen nada de vergonzoso, a conciencia, a todos hago elogio y a todos amo; pero la necesidad, ni los dioses la combaten», en Platón, Apologia de Sòcrates, Critó, Eutifró i Protàgores, Edicions 62, Barcelona, 1999, pág. 172.
  5. Freud, S., «La interpretación de los sueños», Obras Completas, IV y V, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988.
  6. Freud, S., «Psicopatología de la vida cotidiana», Obras Completas, VI, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1988.

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

http://agorafobia.paumartinez.cat 

www.paumartinez.cat