El miedo y la angustia

El lenguaje cotidiano utiliza habitualmente las palabras «ansiedad» o «angustia» para nombrar, en realidad, sensaciones de temor o miedo. Decimos, por ejemplo, que estamos angustiados porque dentro de unos días habremos de someternos a una operación quirúrgica. En tales circunstancias deberíamos emplear, en realidad, la palabra «temor» o «miedo», y no «angustia», puesto que conocemos cuál es el motivo de nuestra inquietud. En un sentido sociológico podemos afirmar que «ansiedad» y «angustia» son los términos técnicos que habitualmente usa el ciudadano posmoderno para nombrar una emoción tan estigmatizada hoy en día como es el miedo.

No obstante, puede ocurrir que se conozca la causa que ocasiona la angustia, pero que esta sea mucho más intensa de lo que cabría esperar. Por ejemplo, haber abandonado un lugar de trabajo que nos generaba malestar para ocupar otro mejor, y no entender por qué el cambio nos ocasiona tanta intranquilidad. Se trata de una situación muy habitual en la que el miedo y la angustia aparecen entremezclados. Cuando un estado de desasosiego es más intenso de lo esperado es señal de que está influyendo alguna otra causa que no conocemos. En estos casos podemos afirmar que la angustia se ha sumado al miedo.

La dificultad para entender a qué se debe un estado de angustia conduce a interpretar que todo puede convertirse en una amenaza. El miedo, en cambio, siempre está referido a algo conocido y, por consiguiente, se sabe cuál es la forma de liberarse de él, independientemente de si está o no en manos de uno mismo conseguirlo. A diferencia del miedo, cuando se sufre angustia de forma continuada puede llegar a confundirse con el hecho de estar perdiendo la razón o volverse loco.

 

 

Pau Martínez Farrero, Doctor en Psicología y psicólogo clínico especialista,

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